Internet es unisex
 
 

 Cuentan las estadísticas que, en la red, hay cada vez más mujeres (¡el 45%, en los EEUU!). Y, para que no decaiga, la peña de "Wired" y satélites diversos se llenan la boca de palabras mágicas como cíberfeminismo o hablan, encendidos, de la alianza entre la mujer y la máquina. Dicen que, después de tantos años de poner en marcha la lavadora, la tecnología ha
dejado de ser cosa sólo de hombres e Internet (un mundo construido por ellos, ciertamente) nos lo pone fácil.

Entramos solas y a ciegas (pocas veníamos del campo de la informática), pero pronto descubrimos lo que han repetido hasta el vómito todos los gurús: aquí, nadie sabe si eres un perro ni, tampoco, de qué sexo. En las listas, en los chats, en los fórums, señoras-que-sólo-lo-son-porque-lo-dicen discuten, entre ellas o con
señores-que-sólo-lo-son-porque-lo-dicen, sobre mil y un temas donde, sorprendentemente, poca cuota tiene la tan publicitada guerra de sexos.
¿Por fin, se acabó? No exactamente, pero está cambiando. La relación hombre-mujer, mujer-mujer y hombre-hombre ha descubierto un nuevo/viejo campo donde jugar: el mental. Y las consecuencias se anuncian bestiales: traspasada la frontera, cuando no importan los cuerpos (¡puedes llevar los rulos puestos, para el sexo virtual!), caen los fantasmas y se diluyen las
diferencias de género.

En la red, eres mujer si quieres ejercer como tal y, si lo quieres, pronto encuentras otras hermanas (la primera lista de correo "only for women" se
llamaba, precisamente, "cybersisters"), empapadas del espíritu fraterno-en.red.ante, expertas en el arte de la coqueteria electrónica,
luchadoras solidarias, ambiciosas empresarias y profesoras universitarias que trabajan juntas, a golpe de mail, en intereses comunes, de la ingeniería a la violencia doméstica, pasando por los negocios (Silicon Valley tiene el porcentaje de directivas más alto del mundo), la moda, el
folclore o el cáncer de mama.

El efecto Internet -hablar demasiado -¡lejos de la peluquería!- afecta a la cabeza- está siendo tan fuerte en estas comunidades (la mayoría, norteamericanas), que ha hecho renacer un viejo concepto de los años 70: el post-feminismo. Sus defensoras proclaman, desde el orgullo feroz de ser mujeres, el fin de la concepción del hombre como enemigo (el punto que molesta más a las feministas de la vieja escuela), la relatividad de la
condición femenina (susceptible de ser reconstruïda y deconstruïda al gusto de la usuaria) y la reivindicación de roles y modelos de mujer hasta ahora rechazados, como la prostituta. Fraternidad universal, fluidez, fragmentación, sistemas abiertos... ¿no es esto cibercultura?

Aunque ser una fémina que utiliza la red no significa ser una cíberfeminista, y ser una cíberfeminista no comporta, automáticamente, ser
una postfeminista, el aliento de la "nueva mujer" impregna la Internet (nombre femenino, por cierto). Camille Paglia, Donna Haraway o Sherry
Turkle, apóstolas del post y del digifeminismo, dominan a la perfección la comunicación electrónica. No son las únicas: cada vez hay más revistas electrónicas especializadas en "ellas", como "Bust", una especie de "Cosmopolitan" pasado por el túrmix cerebral del ciberespacio, de lectura obligada para la buena "cybergrrl" -nótese la doble erre, señal de guerra. En sus artículos (algunos firmados con pseudónimo, en el  más bello estilo "2600") se mezclan la depresión post-parto, la cíberpornografia para mujeres o el fascinante dilema: "¿Cómo se viste una feminista fatal?

Las "cybergrrls", hijas espirituales de las "Guerrilla Girls" (un grupo de artistas-activistas, famoso por sus pósters feministas) y de la minoría de
profesoras universitarias que fueron pioneras de la red, han saboreado ya la mutación de espíritu: se han reencontrado con ellas mismas y las demás. Después de ellas y desde hace, aproximadamente, un año, llegan las "nrrdgrrls", que han añadido a la poción postfeminista un toque más "cyborg" ("I'm a geek", dicen en su manifiesto). Ada Lovelace, la primera mujer informática -el nombre del lenguaje de programación ADA viene de aquí-, hija del poeta Lord Byron, es su luz.

¿Hasta dónde llegaremos, esta vez? En la fluida, engañosa y global nueva era de la máscara, llegados y llegadas al post-post-post-todo lo que se ha visto hasta ahora, las preguntas superan a las respuestas por goleada. ¿La publicitada y supuesta alianza de la mujer con la máquina tiene algo que ver con la necesidad, por parte de las empresas de la red, de un público femenino? ¿Son, en realidad, los cantos de sirena de las postfeministas una estrategia del machismo para mantener el statu-quo? ¿Cuando seamos tod@s
replicantes, tendrá sentido el sexo? Sí, sí, sí. Y no, no, no. El camino es espiral.